Tan solo hay dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
Oscar Wilde.
No se puede resumir más el arte de contar historias. Pero los problemas empiezan ya desde la primera mitad de la cita. Quiero escribir, pero ¿qué pasa si no tengo nada que decir? ¿De dónde saco una idea para mi novela?
Casi todos los manuales sobre escritura contienen un capítulo, por lo general muy cerca del principio, dedicado a decirte de dónde puedes sacar ideas para tus relatos, y esos consejos están bien, son valiosos. Pero ningún manual —excepto uno, que yo sepa— es lo bastante honesto como para confesar que los escritores roban. Mucho. Y no pasa nada. Otra cosa sería que un autor tomase el texto de otro y lo publicase como si fuera suyo, literal o añadiendo algunos cambios leves. Eso es un delito que se llama plagio. El tipo de robo al que yo me estoy refiriendo es algo mucho más sutil.
Uno de los consejos que todos los veteranos dan a los escritores noveles es que lean mucho. No hay escapatoria: si quieres aprender a escribir bien, debes ser un lector ávido. Debes leer todas las obras que puedas de los géneros que más te gusten, y también de otros géneros que te atraigan menos, porque no solo vas a leer por afición o placer (que también) sino para aprender de los mejores, y una novela de un género que no te atraiga mucho puede tener una prosa increíble, unos personajes muy bien construidos y unos diálogos soberbios. El escritor lee como escritor, tiene los conocimientos suficientes para reconocer un texto bien escrito y desmenuzarlo para desentrañar la magia que ha hecho posible, por ejemplo, esa ambientación tan bien lograda, ese personaje tan natural y entrañable o ese giro de la historia que no hemos previsto y que nos ha sorprendido de esa forma tan grata. Si un texto te arranca una sonrisa, ¿cómo lo ha logrado? Si te provoca un nudo en la garganta, ¿cómo ha ido construyendo la emoción hasta ese momento? Leer como escritor no le quita placer a la lectura, sino que lo multiplica.
Leer por placer es como pasear por un agradable bosque. Leer como un escritor es como pasear por ese mismo bosque e ir encontrando piedras preciosas entre los guijarros del camino. Lo anterior ha sido un símil, una figura retórica que relaciona mediante una comparación dos conceptos que, en principio, no tienen mucha relación entre sí, o tal vez ninguna. Uno tiene un estilo de escribir más bien directo y al grano, pero un buen día se topa con una narración que le engancha. ¿Qué tiene de especial este texto que le llama tanto la atención? Analizamos un poco más el estilo del autor o autora y nos encontramos con que tiene una fascinante habilidad para construir comparaciones y metáforas originales. “Me gustaría escribir así, haría mis historias más atractivas”, puede que te digas. Pues hazlo. ¿Quién te lo impide? Nos hemos encontrado una piedra preciosa paseando por un bosque construido por otra persona. ¿Qué hacemos con nuestro hallazgo? Robarlo. Bien pudiera ser que tu estilo cambie a partir de ese día, que se enriquezcan tus textos, que comiences a introducir comparaciones y metáforas en ellos, torpes al principio tal vez, pero un buen día lograrás con la práctica que te salgan naturales, sin forzarlas. Leer como escritor te ha convertido en mejor escritor, pero si no lees te estarás perdiendo una enorme reserva de conocimientos que están ahí a tu disposición.
Todo artista acusa influencias de otros que lo precedieron, y el escritor no es ninguna excepción. Hay ejemplos muy claros de influencias de unas obras en escritos de autores posteriores y eso es muy lícito, igual que en el resto de las artes. No hay nada malo en dejarse influir por los grandes. Es una forma de rendirles homenaje, pero hay que tener mucho cuidado de no copiar su estilo a lo tonto, sino que hay que escribir con voz propia, algo que no es tan fácil como parece, pero que llegará con tiempo, práctica y trabajo inteligente, como a menudo repetía un conocido profesor de flauta travesera. No hay nada más triste que leer que una novela se promociona diciendo que está escrita en el estilo de tal otra, tan solo porque esta fue un éxito mundial.
¿De qué otros sitios salen las ideas? De todas partes, en serio, eso es lo que te dicen los manuales y es verdad. El escritor está siempre a la caza de semillas de ideas, por eso va armado de bolígrafo y libreta (o de aplicación de notas en el móvil, que los tiempos están cambiando). Una conversación entre extraños que uno oye al azar, un artículo de prensa en las páginas interiores, un artículo de un suplemento dominical, una película, una historia que nos contó nuestra abuela, un documental, etcétera, todas son fuentes potenciales de ideas para el escritor, no solo para tramas, sino también para la construcción de personajes creíbles. Y por último, pero no menos importante, las buenas ideas salen de tus intereses, de tus aficiones, de lo conoces realmente bien y de las grandes preguntas que te haces.
¿Seco de ideas? Date una vuelta por las estanterías de una biblioteca, abre libros al azar y deja que todo lo que vayas absorbiendo cueza a fuego lento en el fondo de tu mente. En algún momento saltará la chispa de una idea.
Tan solo hay un territorio prohibido: calcar historias y personajes a partir de personas que conocemos. En Desmontando a Harry, Woody Allen interpreta a un escritor que utiliza a sus exmujeres, familiares y amigos como inspiración para sus historias y personajes, pero de una forma tan literal que ellos se reconocen y por eso lo odian. No hagas lo mismo. Es natural que tus historias contengan retazos de la realidad o que tus personajes tengan rasgos tomados de personas que conoces, pero calcar personalidades completas te traera, al menos dos problemas: 1) tus personajes serán de cartón piedra, carecerán de profundidad, porque a tus personajes los conoces por fuera y por dentro, hasta cómo y qué piensan, mientras que jamás llegarás a conocer al cien por cien a las personas que te rodean, tan solo el exterior y poco más; y 2), si calcas a una persona para crear a un personaje y aquella se reconoce, prepárate para una enemistad o, por lo menos, para un resentimiento si no le gusta el retrato que has hecho de ella. (A nadie le gusta que le retraten siendo menos que perfecto).
Además de leer mucho, yo también recomendaría ver buenas series de televisión y buenas películas. Ambos medios están llenos de ideas para argumentos y personajes.
Y ahora llega una de mis fuentes favoritas de ideas: las novelas y las películas malas. No solamente nos enseñan lo que no debemos hacer (volveremos sobre esto en otro artículo), sino que muchas de ellas comienzan con una idea prometedora y nos defraudan por el camino. Es posible que alguna vez hayamos dicho “yo habría escrito eso mucho mejor”. ¡Pues hagámoslo! El mundo de las letras y del cine está plagado de ideas malogradas, ideas que con un poco de bricolaje pueden transformarse y brillar con luz propia, con la única condición de no copiar de forma descarada, que sería plagio.
Cervantes escribió El Quijote en gran parte como una sátira para reírse de los delirios imposibles de los libros de caballerías (un género viejo ya cuando él nació). Aun siendo mucho más que eso, las aventuras de Don Quijote de la Mancha no dejan de ser una parodia de las de Amadís de Gaula, Florambel de Lucea o Clarisel de las Flores, pero cuando lo leemos nos damos cuenta de que Cervantes tenía un conocimiento casi enciclopédico de las historias que parodia. En resumen: leía mucho.
He querido transmitir en este artículo que los autores roban de la realidad y de otros autores, pero roban no para copiar, sino para crear algo nuevo, diferente. Ningún escritor está libre de influencias ni se ha desarrollado en el vacío. No tenemos que reinventar todo el arte desde cero. Apoyémonos en los grandes. Recordemos la cita de Newton: “Si he visto más lejos es porque he subido a hombros de gigantes”.