Cómo iniciar tu novela como un profesional


“Era una noche oscura y tormentosa; la lluvia caía en torrentes, excepto en intervalos ocasionales, cuando la interrumpía una violenta ráfaga de viento que barría las calles (pues es en Londres donde transcurre nuestra escena), repiqueteando en los tejados y agitando fieramente la exigua llama de los fanales que luchaban contra la oscuridad”.
La parrafada anterior es el principio de la novela Paul Clifford, por el novelista, poeta y dramaturgo Edwuard Bulwer-Lytton (1803-1873), lord y barón inglés. Su obra más conocida es Los últimos días de Pompeya, aunque escribió muchas otras novelas, auténticos best-sellers en su época que le reportaron importantes ganancias. Su estilo es florido y pomposo, como puede intuirse en el fragmento presentado. “Era una noche oscura y tormentosa” está considerado casi con unanimidad como el peor comienzo de novela de todos los tiempos. Tanto es así, que desde 1982 el Departamento de Inglés de la Universidad Estatal de San José viene patrocinando el Certamen de Ficción Bulwer-Lytton que premia los peores comienzos (ficticios) de novela que los participantes puedan idear. El premio, según las bases, consiste en “una miseria”. Veamos algunos ejemplos de ganadores:
El camello murió bastante repentinamente el segundo día y Selena inquietóse enfurruñadamente y, puliendo sus ya impecables uñas —no por primera vez desde que el viaje comenzara— ponderó sarcásticamente si todo esto no se disolvería en una historieta de inconvenientes menores como todas las demás vacaciones pasadas con Basil.
Gail Cain. (1983).
Los lugareños dicen que si escuchas con verdadera atención en la plenitud de la luna llena, cuando el viento sopla desde Nantucket Sound desde el noroeste y los perros aullan sin una razón terrenal, puedes oír los horribles gritos de la tripulación del “Ellie May”, un recio ballenero capitaneado por John McTavish; pues fue en una noche así cuando corrió el ron y, maldito sea Davey Jones, el Gran John convocó a sus hombres en cubierta para el primero de varios concursos de gritos.
David McKenzie. (2009).
Y uno de mis favoritos:
Sofocante era el tiempo, y húmedo, pero ningún susurro de aire causó que las rollizas, cargadas lanzas del dorado grano asintiesen con sus repletas cabezas mientras esperaban, ignoradas, el ciclo de violación de su resplandeciente tesoro, mientras en lo alto el ardiente orbe de luminiscencia subía por su sendero eternamente ascendente hacia una abrasadora cúspide celestial; pues, aunque no es en Kansas donde nuestra historia tiene lugar, se le parece asombrosamente.
Judy Frazier. (1991).
¿Te parecen exagerados? Claro que sí. Su gracia reside en que exageran los tópicos, las expresiones rimbombantes y las metáforas traídas por los pelos, un mal que aqueja a los escritos de muchos principiantes que “se ponen literarios” cuando se sientan ante el teclado.

Se cuenta una anécdota sobre Juan Eugenio de Hartzenbush, autor de Los amantes de Teruel y director de la Biblioteca Nacional de España a mediados del XIX. Un aspirante a escritor de dio un ejemplar del manuscrito de una novela escrita por él mismo y pidió la opinión del ilustre señor De Hartzenbush. Don Juan Eugenio accedió y, ya en su casa y acomodado en su butaca delante de la chimenea, volvió la cubierta del manuscrito para encontrarse con la siguiente línea inicial: “Era de noche y, sin embargo, llovía”. Se dice que el bueno de don Juan Eugenio estalló en carcajadas y, acto seguido, arrojó el manuscrito a la chimenea sin leer una palabra más. Sea cierta o no la anécdota (cosa que no está nada clara), “era de noche y, sin embargo, llovía” se ha convertido en el arquetipo por excelencia de los defectos del escritor mediocre.

Ten en cuenta que si publicas en Amazon, tus lectores potenciales pueden leer en pantalla el principio de tu novela. Incluso pueden descargárselo en su Kindle. Y lo mismo se aplica a otras plataformas de autopublicación. ¿Quieres espantar al lector tan pronto? Por otro lado, si tu intención es enviar tu manuscrito a una editorial, si el inicio es estereotipado y malo, hay pocas probabilidades de que ningún editor pase de ahí en su lectura. Y si, aun así, los dioses te sonríen y tu libro se publica en papel, el lector potencial lo sacará del estante de la librería, leerá tu inicio, levantará una ceja y lo volverá a colocar donde estaba. El tiempo es oro, no se puede malgastar en lecturas mediocres, pensará.

Entonces, queda claro que hay buenas y malas maneras de comenzar un relato. En escritura creativa, por desgracia, no hay fórmulas para el éxito asegurado, es decir, nadie sabe en la mayoría de las ocasiones, excepto por instinto, lo que sí hay que hacer. Por suerte hay bastante consenso en cuanto a lo que no hay que hacer. Por lo que respecta al inicio de los relatos, siglos de experiencia nos ofrecen consejo.

No comiences tu novela…

…describiendo el tiempo
Es el primer consejo que dan todos los manuales y cursos de escritura, así que un lector exigente que se topa con un inicio meteorológico sabe de inmediato que el autor no se ha molestado en leer ninguno de los manuales ni en participar en ninguno de los cursos. Un comienzo así grita “¡no te dejes engañar, me ha escrito un aficionado!” a la cara del lector. A nadie le gusta la gente que va de profesional sin haberse formado. Además, ¡ni los noticiarios abren con el tiempo! Por alguna razón siempre van después de las noticias.

¿Y por qué —te preguntarás— está prohibido empezar describiendo el tiempo? ¿No es acaso algo que ayuda a situar mentalmente al lector en unas condiciones concretas? Por ejemplo, si digo que estaba nublado, lloviendo o soleado, automáticamente las imágenes mentales del lector se ajustan a la calidad de la luz que debería reinar en mis escenas, ¿no? ¿Y si no le digo nada al lector sobre el clima, se está imaginando escenas soleadas y, de repente en el tercer o cuarto párrafos le digo que estaba lloviendo? ¿No le obligaría a reimaginar las escenas anteriores bajo la luz correcta?

Pues sí y no. En primer lugar nadie prohibe nada en narrativa, no hay un tribunal que dictamina qué se puede escribir y qué no. El juez supremo, sin embargo, es el lector. Un inicio climatológico pudo estar bien en la novela victoriana, por ejemplo, pero en la actual no le puedes meter al lector un comienzo tan tópico y manido. Un vecino entra detrás de ti en el ascensor y lo primero que dice es "qué calor (o frio, o agua) estamos teniendo, ¿eh? Con el frío (o calor, o sequía) que tuvimos la semana pasada. El tiempo está loco". Y luego vienen unos cuantos pisos de conversación anodina con variaciones sobre el mismo tema. ¿A que lo último que piensas es "qué persona más imaginativa es esta"? Hay que atrapar al lector desde el principio, pero no en conversaciones de ascensor.

En segundo lugar,  los inicios climatológicos retrasan la acción de forma innecesaria. Citando a Robert McKee, autor de El Guión (Stroy):
"Entre los distribuidores cinematográficos corre el siguiente chiste: empieza una típica película europea con imágenes de nubes doradas, iluminadas por el sol. Corte a nubes todavía más espléndidas y rubicundas. Nuevo corte a nubes aún más magníficas y henchidas. Una película de Hollywood empieza con nubes doradas y henchidas. En la siguiente toma sale un Jumbo 747 de entre las nubes. En la tercera explota".
No es que sea necesario empezar cada novela con acción trepidante, pero algo de acción debe haber aunque solo sea tomarse un café, siempre y cuando ese momento o esa acción estén conectados con la historia y sean importantes para el desarrollo de la trama. No cumple con este requisito, por ejemplo, el describir una serie de tareas cotidianas y rutinarias, aunque sea acción, pero eso lo veremos un poco más adelante.

En tercer lugar, nadie ha dicho que no se pueda insinuar el tiempo. Observa estos dos inicios:

Inicio 1:

"Hacía un día gris y lluvioso. Juan iba tarde camino del trabajo. Se le había olvidado el paraguas en casa y se estaba empapando".

Inicio 2:

"Juan iba esquivando charcos, pero no vio la baldosa suelta. La pisó. Una rociada de agua sucia y fría saltó y le empapó el calcetín del otro pie. Murmuró un improperio contra el ayuntamiento. Consultó su reloj: llegaba tarde al trabajo. Si caminaba pegado a la fachada, la cornisa de aquel edificio le protegería de la lluvia siquiera durante diez o doce metros. Pero una señora, a pesar de llevar un paraguas como una carpa de circo, iba ocupando toda la acera seca bajo la cornisa. Tuvo que ser Juan quien se apartara, metiéndose otra vez bajo la lluvia, para dejar pasar a la señora del paraguas, quien no cedió ni un centímetro de acera. '¡Y el mío bien seco en el paragüero de casa!', pensó él".

Tal vez el inicio 2 no sea el mejor de todos los tiempos, pero no me negarás que es mucho más atractivo que el inicio 1. En el 2 hemos mencionado con rapidez los charcos, el agua fría y, un poco más adelante, la lluvia, pero como elementos accesorios, sin quitarle protagonismo al personaje y la acción: Juan y el hecho de llegar tarde al trabajo. Desde el primer momento hemos situado al lector en un día desagradable sumergiéndolo de lleno en la acción en la que está inmerso el personaje. El inicio 1, por el contrario, es perezoso, aburrido y desprovisto de imaginación.

Lo que hemos hecho en el inicio 2 es seguir el consejo de Chéjov: "No me digas que la luna brilla. Muéstrame el destello de su luz en un cristal roto". Es el importantísimo principio narrativo de "no lo digas, muéstralo" del que hablaremos largo y tendido en otro artículo.

Dar el parte meteorológico es un error muy común entre aspirantes a escritores. No hay más que irse a algunos comienzos de novelas autopublicadas en Amazon. Por ejemplo:
“La noche estaba fría y oscura”.
No me lo estoy inventando. Es un ejemplo real y, lo mejor de todo, ¡es el primero que he abierto al azar! Solo le ha faltado añadir “y, sin embargo, llovía”. Sigo y me encuentro con otros inicios desafortunados, algunos tanto que creo que ganarían el certamen Bulwer-Lytton si se presentaran, y no estoy bromeando ni exagerando.

Podemos encontrar ejemplos además de “La noche estaba fría y oscura”, como “Al otro lado de la ventana nevaba copiosamente y el frío aire jugaba con los copos algodonosos” (¡horror!), “Aquel día lucía un sol esplendoroso”, “El cielo estaba cargado de nubes de lluvia. Gruesas gotas de agua se deslizaban por el cristal de mi ventana como un reflejo de las lágrimas que corrían por mis mejillas” (el parte meteorológico y, además, el autor se nos pone intensito ya desde el principio). Menos el primero, los demás ejemplos me los he inventado yo, que conste, pero estoy seguro de que hay muchos comienzos similares por ahí.

Es fácil caer en una descripción del tiempo en el inicio, pero, ¿por qué es así? Una posible razón es que resulta más fácil escribir “de fuera hacia dentro” que “de dentro hacia fuera”. Toda narración parte del interior de su autor. Un escritor experimentado bucea en su interior para encontrar los pensamientos, los sentimientos y las emociones con las que va dotar a sus personajes, y esto no es fácil, requiere un esfuerzo extra al que no estamos acostumbrados. El buen escritor suele empezar a transmitir “algo más” ya desde la primera frase. Al fin y al cabo los lectores, por lo general, no buscan en una novela el relato de hechos fríos. Para eso están las noticias y los libros de historia. Más bien buscan personajes de carne y hueso dotados de sentimientos que reaccionan de forma creíble ante las cosas que les suceden. Buscan alguien a quien querer y con quien identificarse, pero de eso hablaremos cuando tratemos acerca de la creación de personajes realistas.

Es mucho más sencillo escribir “de fuera hacia dentro”, es decir, como solemos hablar en la vida real. Si nos piden que hablemos de nosotros mismos, es casi seguro que empezaremos diciendo nuestro nombre, nuestra edad, nuestra ocupación, dónde vivimos, nuestras aficiones, etcétera. Todas circunstancias externas a nosotros. Pero si se nos anima y tenemos esa inclinación, tal vez más adelante empecemos a describir características algo más personales (”soy un poco tímido”, “sufro de depresión”, “me encanta conocer gente nueva”). ¿Quiere decir esto que debe empezar uno sus novelas siendo todo lo profundo y emocional que pueda? Claro que no, y además depende del género en el que estemos. Tampoco queremos abrumar al lector con tanto sentimiento, que con mucha facilidad puede deslizarse hacia tópicos de sentimentalismo y melodrama.

¿Y por qué es tan tentador, entonces, empezar una novela por el tiempo? Quizá por el hábito. Cada mañana empieza una nueva historia en nuestra vida. ¿Qué es lo primero que hace uno cuando se levanta? Intenta hacerse una idea del escenario que le espera. Se asoma por la ventana, ve llover y piensa “me voy a mojar camino del trabajo” o “el tráfico hoy va a estar imposible. Más vale que me dé prisa”. Es posible que la fuerza del hábito haga que queramos que el lector empiece a prepararse para el escenario que le espera entre las páginas de nuestra obra… comenzando por el tiempo.
No empieces mencionando el clima, pero si lo haces, al menos hazlo con elegancia como en el siguiente inicio del relato El Aleph, de Jorge Luis Borges.

"La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita".
En dos oraciones nos hemos enterado de que era una mañana muy calurosa de febrero (en Buenos Aires es verano en febrero), que Beatriz Viterbo murió después de una agonía y que en la Plaza Constitución han renovado un anuncio, circunstancias externas que sirven al propósito de mostrarnos los sentimientos del protagonista con respecto a la muerte de Beatriz.

…apelando directamente al lector

“Aquí comienza, oh lector, la increíble historia de…”. En el pasado pudo ser un recurso aceptable, incluso común, pero ya no, a no ser que busquemos un efecto muy concreto (imitar los cuentos antiguos, por ejemplo). Un inicio así rompe la magia desde el principio. Al abrir una novela queremos sumergirnos lo antes posible en el mundo que se nos trata de narrar, pero empezar apelando al lector establece una barrera de cristal entre nosotros y lo que se nos está contando. La sensación es de asistir a una historia que se desarrolla al otro lado de un espejo como los de las salas de interrogatorios, sobre todo si a lo largo de la novela se nos sigue apelando como "lector" de vez en cuando.
Se puede uno dirigir al lector hablándole de tú a tú, pero es necesario hacerlo con maestría para atraerlo sin alienarlo. Un ejemplo, el comienzo de Asfixia, de Chuck Palahniuk:
“Si vas a leer esto, no te molestes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate”.
Empieza tu historia como si se la estuvieras contando a un amigo que está sentado a tu lado. Así integrarás al lector y lo engancharás desde el principio.

…con diálogo

Un recurso frecuente a finales del siglo XIX y principios de XX, pero hoy en día no es una buena idea, pues requiere de una gran maestría para no confundir al lector, y al lector no conviene confundirlo al principio. Comenzar una novela con dos o más de sus personajes, de los que no sabemos ni su aspecto, ni su edad, ni siquiera sus nombres, hablando entre sí es una receta segura para confundir al lector. Es como meterse en una conversación empezada entre personas que no conocemos. A nadie le gusta eso.

…sin diálogo

¿En qué quedamos? Comenzar con diálogo es una mala idea, pero también lo es postergarlo de forma indefinida. Los diálogos (como ya veremos) aligeran el ritmo, ayudan a hacer avanzar la trama y revelan la personalidad de los personajes. Un lector puede ver con desánimo cómo después del inicio se extienden páginas y más páginas de apretado texto, y entonces puede pensar que se ha topado con uno de esos escritores densos y amantes de la descripción minuciosa. A autores consagrados y con estilo ameno se les puede perdonar. Al fin y al cabo, cuando un lector elige un libro de un autor conocido suele saber lo que le espera. Es posible que no tenga la misma paciencia con un escritor novel.
…con el protagonista despertándose por la mañana

Otro tópico contra el que previenen todos los manuales de escritura. Hay novelas de autores principiantes que comienzan con la alarma del despertador. Acto seguido, el protagonista gira el cuello y alarga la mano para detener la alarma. Se frota los ojos, echa atrás las sábanas, se enfunda sus zapatillas de andar por casa y, para cuando el personaje ha terminado de ducharse y empieza a vestirse, el lector está muerto de aburrimiento. Todos sabemos cómo es levantarse por la mañana. Lo hemos hecho miles de veces y esperamos seguir haciéndolo por mucho tiempo. ¿No es mejor emplear todo ese tiempo en hacer avanzar la historia o mostrarnos al personaje ya metido en su mundo, uno que no sea un tedioso relato de tareas cotidianas? ¿No es mucho mejor saltarse los preliminares conocidos por todos y entrar en el meollo? Por ejemplo:
“Aquel día Marcelo se levantó y se vistió sin prisa, como había hecho tantas veces. Fue al llegar al salón cuando vio sobre la mesa grande la nota que le había dejado su mujer. Según la iba leyendo su gesto se ensombreció. Entendió qué era lo que había echado en falta de manera inconsciente mientras se vestía: los sonidos cotidianos de todas las mañanas. Elvira le había dejado llevándose con ella a los niños. Marcelo estaba solo”.
No es necesario, sin embargo, que aparezca el conflicto tan pronto en la narración. No pasa nada porque una novela comience de forma apacible. Muchas novelas de terror no arrancan con seres sobrenaturales amargando la vida de nadie, sino que se inician de forma tranquila mostrando la vida normal de una familia… hasta que todo se tuerce. El contraste entre la normalidad del principio y la anormalidad de la situación posterior es un recurso que acentúa el horror de la historia.

…describiendo al protagonista (o a otro personaje) con todo detalle

“Joaquín era la viva estampa del triunfador. Tenía cincuenta y seis años y las sienes plateadas. Contempló en el espejo su bronceado rostro y no pudo reprimir una sonrisa mostrando su blanca y recta dentadura al notar la acertada elección de la corbata: gris perla a tono con sus ojos de un color acerado. Se abotonó la chaqueta de su traje gris marengo de Armani y jugó con el grueso sello de oro con el escudo de su familia que lucía en el anular derecho”.
Y aquello parece que no arranca nunca. Es mucho mejor dar una leve pincelada para esbozar al personaje y ponerlo en marcha lo antes posible. Ya habrá tiempo más adelante para introducir su descripción, y con formas más sutiles y naturales que no paralicen la acción.

Fíjate en la primera oración: “Joaquín era la viva estampa del triunfador”. No solo sobra, sino que es un mal recurso. “No lo digas, muéstralo”: descríbeme a Joaquín bien vestido y satisfecho de sí mismo, viviendo rodeado de lujos y en reuniones de consejos de administración, y no tendrás que acudir al recurso perezoso de decirme simplemente que “era la viva estampa del triunfador”.

Y, ya que estamos, aprovechar que un personaje se mira en un espejo para dar una descripción de su físico es un truco muy manido que delata al principiante.  No es pecado que un personaje se mire en un espejo para retocar un aspecto particular de su atuendo, su peinado o su maquillaje, o para mirarse a sí mismo a los ojos y preguntarse "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" o "Tranquilízate. Todo va a salir bien en la reunión" y otras cosas por el estilo. Este uso del espejo como recurso puede incluso darnos pinceladas del carácter del personaje de forma indirecta, lo cual siempre está muy bien. Pero no uses el espejo como una forma conveniente (para ti), cómoda y rápida de presentar tu personaje al mundo.

…con un exceso de adjetivos
“Juana, contenta y despreocupada, caminaba por la acera abarrotada de la ancha y larga avenida. Los veloces vehículos se desplazaban entre el estruendo ensordecedor de motores rugientes e impacientes bocinas. Un sol alegre, tamizado por las verdes hojas de los frondosos árboles, proyectaba en la acera parches de luz redondos y resplandecientes”.
He destacado en cursiva los adjetivos de este comienzo tan ajetreado y luminoso (otros dos adjetivos). Un estilo tan cargado de calificativos cansa pronto en cualquier punto de una novela, pero es veneno justo al principio.

…con un exceso de adverbios
“Juana, contenta, caminaba despacio despreocupadamente entre la multitud por la acera de la ancha y larga avenida. Aun siendo tan temprano, los coches marchaban ruidosa y velozmente entre el estruendo de motores e impacientes bocinas. El sol iluminaba alegremente y proyectaba, tamizado por las hojas de los árboles, parches de luz redondos y resplandecientes".
Los adverbios son a los verbos lo que los adjetivos son a los nombres, es decir, matizan y asignan cualidades a la acción expresada por los verbos. Por eso se les puede aplicar lo que más arriba dije sobre los adjetivos.

Especial mención merecen los adverbios acabados en -mente. Son signo de pereza mental, cansan al lector y son la marca distintiva del aficionado. Las novelas de los noveles autopublicadas están plagadas de este tipo de adverbios. Ya hablaremos más adelante de estos bichos. Por ahora, quédate con este consejo: mátalos a todos si puedes. En escritura artística, son veneno. Y esos perezosos adverbios terminados en -mente. Mátalos a todos.

…con un sueño

Otro defecto contra el que previenen los manuales.
“Sebastián flotaba con los brazos en cruz sobre el Cañón del Colorado. Sentía el aire revolverle los cabellos y acariciarle la frente y las mejillas. Estaba más que feliz; estaba exultante, hasta que una sombra le reveló que algo se le aproximaba desde arriba. Se giró de cuerpo entero y encaró a un voraz pterodáctilo que volaba en picado hacia él. En ese momento, se despertó sobresaltado y con las pulsaciones aceleradas”.
¿Recuerdas más arriba lo que dije acerca de confundir al lector? Empezar con un sueño es una receta segura para crearle confusión. Quien empieza a leer el ejemplo de arriba se pregunta si se ha metido en una novela fantástica, de ciencia ficción, una tomadura de pelo o qué. Además, es fácil que el lector lo perciba como un truco barato para enganchar su curiosidad, contándole cosas maravillosas para, acto seguido, defraundarlo diciendo “y entonces se despertó”.

…con un prólogo

Los prólogos aburren a las vacas. Si crees que no tienes más remedio que crear un prólogo para poner al lector en situación, hazlo breve. Pero si puedes, evítalo.

Vale, vale. Ya sé lo que no hay que hacer, pero, ¿cómo empiezo mi novela?

Pues no hay fórmulas infalibles, como ya dije, pero podemos acudir a los clásicos y a los autores consagrados para ver cómo lo hacen ellos.
Puede empezarse presentando al protagonista (recurso común en narraciones en primera persona):
“Llamadme Ismael”. Herman Melville, Moby Dick.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”. Ernesto Sábato, El túnel.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”. J.D. Salinger, El guardián entre el centeno.
O con una acción:
“La mañana del 16 de junio de 1904, salía de su refugio en Dublín Leopold Bloom, quien más tarde se encontraría en la calle con Stephen Dedalus”. James Joyce, Ulises.
“Estábamos en clase cuando entró el director. Le seguían un nuevo alumno con traje a la burguesa y un bedel que traía un gran pupitre”. Gustave Flaubert, Madame Bovary.
“El hombre de negro huía a través del desierto y el pistolero iba en pos de él”. Stephen King, La Torre Oscura I, El pistolero.
O con una máxima o principio universal:
“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Lev Tolstoi, Anna Karenina.
“Todas las historias son historias de amor”. Robert Wilson McLiam, Eureka Street.
“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”. Jane Austen, Orgullo y prejuicio.
O con una imagen poética, lírica o evocadora:
“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”. Valdimir Nabokov, Lolita.
O anticipando acontecimientos posteriores:
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
“¿Encontraría a La Maga?” Julio Cortázar, Rayuela.
O con un golpe de efecto que anticipa o constituye el incidente incitador del conflicto:
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. Franz Kafka, La metamorfosis.
“Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida”. Orhan Pamuk, Me llamo Rojo.
“Soy un hombre invisible”. Ralph Ellison, El hombre invisible.
O, sin complicarse, con un acontecimiento cotidiano:
“El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita”. Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quién le escriba.

¿Y tú, cómo empiezas tus novelas, listo?

…podrías preguntarme con todo el derecho. Pues bien, hace ya bastantes años escribí un cuento titulado Luz de luna (es uno de los tres que componen Relatos inverosímiles) y lo comencé ni más ni menos que… con un sueño del protagonista. Eso fue en mis comienzos. Ahora lo habría empezado de otra manera. De todas formas, tuve la precaución de anunciar que lo que venía a continuación era un sueño para no confundir al lector. El cuento empieza así:
“Daniel soñaba. Soñaba que pintaba un precioso paisaje tan sólo con su voluntad y su imaginación. Bastaba con desearlo para que el color se extendiera, con frescura insuperable, en nítidas y espesas pinceladas allá donde hiciese falta”.
Mi novela La república de las hormigas es un relato en primera persona donde el protagonista nos narra que vivió en una especie de distopía subterránea. Digamos que la novela tiene dos comienzos: algo así como un breve prólogo (sí, ya sé que antes dije que es mejor evitarlos. Me estoy luciendo) con la forma de un fragmento del acta fundacional de la civilización llamada la República, y después el comienzo real, que empieza como una anticipación de lo que luego contará:
“Han pasado más de treinta años desde que abandoné el hormiguero, casi veinticinco desde que enterré al viejo. Se tarda sólo un segundo en decirlo. Veinticinco años en la más completa soledad. No me queda de él más que el recuerdo y una laja de pizarra clavada en la tierra con su nombre grabado, aunque para mí aquel hombre extraordinario siempre será 'el viejo'”.
En mi segunda novela, Perros de guerra, opté por un inicio in media res, o sea, la escena inicial no coincide con el comienzo de la historia. En concreto, la escena del principio del libro en realidad sucede cinco meses después del verdadero comienzo de la trama:
“El hombre de negro y cabeza afeitada alzó la vista hacia la cámara de seguridad, discreta, atornillada bajo una moldura de escayola en un rincón del recibidor del hotel Alfonso X. Al menos otras dos le habían grabado durante el trayecto desde la habitación hasta la recepción, pero eso no le provocaba la menor inquietud. De hecho, quería ser reconocido, quería que el enemigo supiese quién había matado al ‘unicornio’, como ellos mismos, en su soberbia, gustaban de llamarse a sí mismos”.
Ya desde las primeras frases quise poner en acción a mi protagonista en un lugar concreto. Doy una brevísima descripción de él (va de negro y tiene la cabeza afeitada) y del lugar (la recepción de un hotel). Cito a un misterioso enemigo y me apresuro a decir que acaba de matar a alguien que se denominaba a sí mismo como “un unicornio”. Lo que busco es arrancar con acción lo antes posible y despertar la curiosidad del lector con respecto al hombre de negro, a quienquiera que acaba de matar y hacia el motivo por el que “ellos” (¿quiénes?) se llaman unicornios a sí mismos.

Para terminar

Encontrar la frase o el párrafo iniciales perfectos para tu novela puede convertirse en una obsesión. Te recomiendo que tampoco le des una importancia extraordinaria. Siempre que evites los malos principios, como los de los ejemplos que hemos visto, tampoco necesitas que cada frase inicial sea brillante, genial y única. Lo importante en el inicio es que establezca de forma rápida un marco para que el lector se sitúe, presente al protagonista (o a otro personaje) y que la acción se ponga en marcha. En tu inicio lo ideal sería enganchar al lector, intrigarlo, meterle ganas de saber qué pasará a continuación, y eso no es fácil, pero la experiencia nos dicta que tienes más o menos tres páginas para convencer al lector de que tu novela merece las horas de su vida que le pides que invierta en tu historia.

La práctica y las buenas lecturas te ayudarán con el tiempo a afinar tus comienzos.